“Yo llevo a mis muertos.

Son muchos conmigo, y a veces, empero, me sorprendo en momentos de culpable olvido.

Culpable sí, porque es gracias al recuerdo que los idos se perpetúan en el tiempo”.

Julio Cortázar,

Carta a madame Duprat, 1942.

“Nuestro culto a la muerte es también nuestro culto a la vida”, esta premisa es parte de la síntesis realizada por el escritor mexicano Octavio Paz, con la cual describió una festividad de gran significación para el pueblo mexicano, que privilegia la preservación del recuerdo de quienes partieron del plano terrenal: el Día de Muertos.

Esta celebración es concebida hoy, según un amplio consenso, como el producto de una mixtura de elementos indígenas prehispánicos y religiosos católicos e, incluso, paganos, traídos a esos territorios durante la época de la conquista.

Sincretismo religioso-cultural que llena de una gran carga simbólica esta fiesta, reconocida a nivel global y declarada de Patrimonio Cultural Inmaterial de la Humanidad, por la Organización de las Naciones Unidas para la Educación, la Ciencia y la Cultura (Unesco, por sus siglas en inglés), desde 2008.

Ofrendas desde las culturas prehispánicas

Para Sergio Sánchez, investigador y profesor en el área académica de Historia y Antropología de la Universidad Autónoma del Estado de Hidalgo (UAEH), entrevistado por la revista Gaceta de esa institución, diversas matrices culturales mesoamericanas que poblaron esas tierras antes de la colonia históricamente realizaban ceremonias en torno a la muerte, que constituían un gran valor para sus cosmovisiones.

Estos grupos indígenas no concebían la muerte como un final, sino como continuación de la vida en otras formas y espacios. En este sentido, muchos de los rituales desarrollados centraban sus esfuerzos en ofrendas que servirían de provisiones para los difuntos durante su periplo posterior a su marcha en este plano.

El investigador destaca que las fiestas usualmente se vinculaban a la época de la cosecha, por lo cual eran celebradas entre los meses de agosto y septiembre. Señala, además, que los frutos obtenidos durante este período eran compartidos entre vivos y muertos.

Los rituales, descritos de manera poética, apuntan al uso de flores de cempasúchil y el aroma del copal para guiar hacia el camino correcto las almas que trascendían. Es así como ambos elementos se integran en los ritos que tienen lugar en la actualidad.

Tras la conquista, las tradiciones indígenas se amalgamaron con elementos de la religión católica y, de esta manera, las fechas reconocidas por la iglesia para honrar a los muertos asimilaron en México parte de las cargas simbólicas indígenas, con lo cual, después de los procesos impositivos ya conocidos, el 1 y 2 de noviembre terminaron siendo asumidos de forma colectiva como los días para honrar a los muertos.

Sin embargo, pese a que en esencia la celebración conserva aspectos centrales que la unifican, de región en región suelen expresarse elementos diferenciadores que, en algunos casos, guardan relación con la temporalidad.

Así vemos que en algunas regiones las festividades pueden iniciarse desde los últimos días de octubre, mientras a cada fecha se le otorga un significado particular: el 28 se honran los fallecidos de forma violenta o trágica, el 30 y 31 de octubre se reservan para los niños muertos sin bautismo, el 1 de noviembre es denominado por la religión católica como el Día de Todos los Santos y se dedica a los niños muertos en edades tempranas y, finalmente el 2, considerado Día de los Muertos, que corresponde a los adultos que perdieron la vida.

Tradiciones integradoras

Los altares constituyen un aspecto central que hila la festividad y, aun cuando sus expresiones suelen variar de acuerdo a la región, en ellos coinciden elementos integradores:

- Pétalos de flores de cempasúchil (cempoalxúchitl) que con su amarillo característico no solo aporta brillo y color al altar, sino que también cumple una función orientadora para las almas visitantes. Esta es una tradición que trasciende desde la época precolombina.

- Velas, veladoras y cirios, son un aporte del catolicismo y su uso ofrece luz, guía, paz y esperanza para los espíritus.

- Copal, usado por los indígenas y el incienso, traído por los españoles, son usados con el mismo fin, purificar los espacios con su aroma para que las almas puedan acceder sin riesgos.

- Agua, permite a las ánimas saciar su sed luego de su largo recorrido.

- Sal, impide que el alma se corrompa a su paso por el plano terrenal.

- Pan de muerto, originalmente preparado a base de maíz, simboliza el ciclo de la vida y la muerte.

- Retratos de los difuntos, esta tradición es de más reciente inclusión y representa a cada alma que se espera visite el altar.

- Mole, uno de los alimentos predilectos para recibir a las ánimas, sin embargo, no es el único permitido, también son incorporados otros alimentos que fuesen de preferencia del difunto, además de bebidas, incluidas las alcohólicas.

- Calaveras de azúcar, sustituyen las calaveras reales utilizadas originalmente.

- Cruz grande de ceniza, permite al alma expiar sus culpas.

La riqueza de la conmemoración del Día de Muertos en México, su valor simbólico que ve en la permanencia del recuerdo de sus difuntos la celebración de la vida misma, se alimenta y fortalece en la medida que las nuevas generaciones de mexicanos y mexicanas hacen suyas las tradiciones ancestrales en ella contenidas, e incorporan nuevos elementos que permiten su trascendencia en espacio y tiempo.

Día de Muertos en México: Una Tradición de Sincretismo y Recuerdo