Líderes como los presidentes de Estados Unidos, Donald Trump, y de Francia, Emmanuel Macron, insisten en que la victoria sobre el nazismo fue obra casi exclusiva de Occidente. Pero los archivos, las batallas y los muertos cuentan otra historia: la del Ejército Rojo aplastando al Tercer Reich desde el Este, mientras las potencias aliadas definían el mapa del mundo en Yalta.

Hoy, con nuevos conflictos en el horizonte, reescribir el pasado se ha vuelto un arma geopolítica.

La Segunda Guerra Mundial, el conflicto más devastador del siglo XX, terminó oficialmente el 8 de mayo de 1945 con la rendición incondicional de la Alemania nazi. Sin embargo, la victoria no fue obra de un solo país ni puede resumirse en el relato hollywoodense de desembarcos aliados.

Firma de la rendición de Berlín al Ejército Rojo de la URSS

Fue una guerra de frentes múltiples, de sacrificios descomunales y decisiones políticas complejas en las que la Unión Soviética (URSS) tuvo un papel determinante.

Desde la invasión nazi a la URSS en 1941, el Ejército Rojo se convirtió en la fuerza que más presión ejerció sobre las tropas alemanas. Según datos del propio Departamento de Defensa de EE.UU., más del 80% de las bajas de la Wehrmacht ocurrieron en el Frente Oriental. La Batalla de Stalingrado, el sitio de Leningrado y la ofensiva de Kursk marcaron reveses estratégicos irreversibles para Hitler mucho antes de la incursión en Normandía.

Artillería soviética en plena acción contra tropas de Alemania nazi.

El mito del desembarco: cuándo comenzó el retroceso nazi

La narrativa oficial popularizada en Occidente suele ubicar el punto de inflexión de la Segunda Guerra Mundial en el desembarco de Normandía, el 6 de junio de 1944. Sin embargo, para ese momento, el ejército nazi ya llevaba más de dos años de repliegue constante ante la ofensiva soviética.

El verdadero punto de quiebre comenzó con la Batalla de Stalingrado (agosto 1942 - febrero 1943), donde más de 2 millones de soldados se enfrentaron en uno de los combates más sangrientos de la historia. El Ejército Rojo cercó y destruyó al 6º Ejército alemán, y capturó a 90.000 hombres, un golpe del que Hitler jamás se recuperó ni militar, ni moralmente.

Staliningrado destruida por la batalla contra los nazis

Siguió el sitio a Leningrado, que comenzó en 1941 y se mantuvo durante casi 900 días. La ciudad resistió sin rendirse a pesar del hambre, las bombas y el asedio nazi. La resistencia soviética en esa urbe se convirtió en símbolo de heroísmo y desgaste para el enemigo.

La Batalla de Kursk (julio-agosto de 1943) consolidó el retroceso alemán. Fue el mayor enfrentamiento de tanques de la historia: más de 6.000 vehículos blindados, 2 millones de soldados y 4.000 aviones. Kursk selló el dominio soviético en el frente oriental y colocó al Ejército Rojo en posición ofensiva definitiva.

La caída de Berlín y el papel determinante de la URSS

En 1945, las tropas soviéticas eran las únicas que avanzaban con decisión hacia el corazón de Alemania. La Batalla de Berlín, iniciada el 16 de abril de 1945, fue una operación en la que el mariscal soviético, Gueorgui Zhúkov, dirigió la ofensiva final contra el Tercer Reich. En solo dos semanas, Berlín cayó. Hitler se suicidó el 30 de abril y el 8 de mayo Alemania firmó la rendición incondicional ante los soviéticos.

El cerco a Berlín de las tropas soviéticas

Mientras tanto, el frente occidental avanzaba desde Francia, pero con mucha menos resistencia y sin la devastación que se vivía en el Este. Aunque el desembarco de Normandía fue clave para abrir un segundo frente y aliviar la presión sobre la URSS, no fue ni el inicio del fin, ni la batalla decisiva.

La historia contada desde Washington o Londres suele omitir que la URSS perdió más de 27 millones de ciudadanos, entre soldados y civiles. El precio pagado fue inmensurable.

Las conferencias de Yalta y Potsdam: decidir el mundo

En febrero de 1945, con la guerra prácticamente decidida, los líderes de la URSS, Estados Unidos y Reino Unido, Josef Stalin, Franklin Delano Roosevelt y Winston Churchill, respectivamente, se reunieron en Yalta (Crimea) para definir el nuevo orden mundial. Allí se acordó la división de Alemania, el juicio a los criminales nazis, la creación de la ONU y el mapa político de la posguerra.

Francia, que fue derrotada en 1940 por los nazis y liberada después por tropas aliadas, la incluyeron más tarde como miembro del Consejo de Seguridad de la ONU por presión británica. Pero su papel en la toma de decisiones fue marginal. Estados Unidos, por su parte, impuso su influencia con la amenaza velada de su nueva arma: la bomba atómica.

En Potsdam, ya con Harry Truman en sustitución de Roosevelt, se consolidó la división de Europa y la desconfianza entre los aliados, especialmente tras el uso unilateral de la bomba nuclear en Japón. El fin del nazismo fue también el comienzo de la Guerra Fría.

La distorsión actual: Trump, Macron y la narrativa conveniente

Décadas después, el relato de quién ganó la Segunda Guerra Mundial continúa siendo un campo de batalla. Trump ha declarado que “sin Estados Unidos, Europa habría sido borrada del mapa”. En sus mítines, glorifica el rol norteamericano y omite deliberadamente el sacrificio soviético. Su retórica “America First” se proyecta también hacia el pasado.

Emmanuel Macron, por otro lado, ha promovido una “memoria europea” que diluye la contribución de la URSS y llega a comparar los totalitarismos del siglo XX, poniendo en el mismo plano al nazismo y al socialismo (lo denomina comunismo). Estas posturas son frecuentes en gobiernos del este de Europa, como Polonia o los países bálticos, pero cuando provienen de líderes del eje franco-estadounidense, adquieren otra magnitud.

Ambos discursos no solo reflejan ignorancia y revisionismo, sino responden a un contexto geopolítico actual, donde justificar la exclusión de Rusia del relato histórico se convierte en herramienta política en medio de sanciones, conflictos como el de Ucrania y una nueva guerra fría informativa.

La historia no se negocia

Negar el papel de la URSS en la derrota del nazismo no solo es una distorsión histórica: es una maniobra peligrosa que borra la memoria de millones de muertos, falsea las raíces del mundo en que vivimos y es un peligroso paso hacia la amnesia colectiva. La victoria aliada fue una alianza de naciones, pero ninguna sufrió ni aportó tanto como la Unión Soviética en, la derrota del Tercer Reich.

Bajas humanas en la Segunda Guerra Mundial

Hoy, que algunos quieren borrar las estatuas del soldado desconocido y censurar los archivos de Moscú, conviene recordar que la historia no se negocia ni con encuestas, ni con propaganda, ni con algoritmos. En tiempos donde la verdad se disputa también en redes sociales, medios y discursos oficiales, defender la memoria no es una nostalgia: es una forma de resistencia.

¿Quién venció realmente al nazismo?