“Es un momento muy especial y crítico, a nivel planetario, el que estamos compartiendo. Lo que subyace es el enfrentamiento de dos concepciones de lo que deben ser las sociedades humanas”.

La frase es de Silvio Rodríguez. Pero no es solo un diagnóstico: es una advertencia y, al mismo tiempo, una declaración de principios. En medio del estruendo del presente —guerra, desigualdad, mercantilización de la vida—, Silvio canta. Y lo hace como quien busca, en cada acorde, una clave para hacer habitable este mundo herido.

Recientemente escribió conmovido sobre la muerte del Papa Francisco. Desde su blog Segunda Cita, lo despidió como “el mejor Papa de la historia”, y afirmó con claridad: “Reivindicó la Iglesia para los humildes, por eso lo llamaron comunista”.

No fue un gesto retórico. Fue el reconocimiento entre dos almas que, desde territorios distintos —la pastoral y la poesía—, intentaron encarnar otra forma de humanidad: más justa, más tierna, más digna.

Francisco, con su gesto inclinado hacia los descartados. Silvio, con su poesía como espejo del dolor y la esperanza. Ambos entendieron que en tiempos oscuros, la ternura puede ser política. Que el cuidado y la dignidad no son palabras menores, sino gestos que interpelan al poder y restauran lo humano.

Hoy, mientras el vértigo digital arrasa con los vínculos y el arte se vuelve contenido, miles celebran la posibilidad de volver a verlo a Silvio en los escenarios. Y no solo por adhesión a su figura, sino por lo que su presencia significa: la persistencia de una palabra poética con sentido, en un tiempo que a menudo parece haberlo extraviado. Su gira por América Latina —incluido nuestro país— no es solo un evento musical: es una experiencia colectiva de búsqueda, de escucha, de sintonía ética.

“Quería saber”, su disco más reciente, reúne once canciones compuestas entre 2015 y 2019. En ellas se entrelazan lo íntimo y lo social, la contemplación y la denuncia. Algunas con arreglos complejos, otras con la guitarra como única aliada. Todas con la marca de quien aún se pregunta, aún se involucra, aún cree que la canción puede ser un territorio para pensar la vida en común.

Silvio reflexiona también sobre el sonido, los formatos, la materialidad. “La digitalización, aunque sea sonido puro, es un tanto irreal”, dice. Y anuncia una reedición de su obra en vinilo, no por nostalgia, sino porque —como en sus canciones— busca lo vivo, lo cálido, lo verdadero. No se trata del pasado: se trata del vínculo.

En su despedida a Francisco, escribió: “Me alegro por mis abuelas María e Isabel y por los millones de seres que han creído con doliente honestidad en Jesús”.

Y hay ahí algo más que emoción personal: hay una certeza. Que cuando alguien vive lo que predica, restituye el sentido. Que cuando la palabra encarna, conmueve y convoca. Francisco lo hizo desde Roma. Silvio lo hace desde sus canciones. Ambos, con gestos distintos, nos recuerdan que aún hay humanidad en juego.

Silvio Rodríguez y los acordes del mundo posible.

Silvio no ofrece respuestas prefabricadas, sino canciones que interrumpen la chatura con una pregunta que arde. Su poesía, tejida con palabras sencillas y visión profunda, provoca una vibración distinta en millones de habitantes de este mundo cansado.

Como si, por un instante, se abriera una hendija en la opacidad de la historia. Una inflexión.

Y en esa claridad tan humana, vuelve a ser posible imaginar una vida más digna, más compartida, más verdadera.

Silvio Rodríguez y los acordes del otro mundo posible