Desde el carro, una mujer fotografía la apretada caravana que va saliendo de Beirut hacia el sur. Tres horas antes había gritado eufórica que al fin terminaba la guerra.

Es difícil asumir como cierto o cercano algo que se aparte del velo de las “normalidades” que corren. Es difícil imaginar que los cazas israelíes no volverán a romper la barrera del sonido sobre el cielo libanés con su doble estruendo, que no continuarán desarrollando operaciones de inteligencia que hagan detonar desde bíperes hasta edificios, que arranquen ojos, manos y caderas, que lo aplasten todo.

Resulta complejo asumir que no seguirán muriendo personas que nunca han usado ni usarán uniforme militar o que en poco tiempo la infantería sionista no volverá a intentar cruzar la línea.

Sin embargo, la felicidad de volver, la mínima esperanza u oportunidad de volver, ha hecho que miles de personas desplazadas amanezcan este miércoles colmando las carreteras del Líbano. El pueblo árabe sabe perfectamente lo que es la casa y lo que significa no poder volver a ella, por eso no se permite dejarla vacía mucho tiempo.

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Los partidos de la Resistencia palestina también han emitido comunicados de victoria, porque los palestinos, como nadie, entienden que su lucha no es local ni provinciana y que el enemigo, aunque tenga varios brazos, tiene un solo cerebro y un solo pecho.

“Quienes pidieron el alto al fuego no fuimos nosotros, fueron ellos, porque ya no aguantan más”, me dice un palestino bueno por un audio de WhatsApp.

“Hay una victoria grandiosa del Líbano, compañeros, y esta victoria es un gran apoyo para Gaza”, escribe una libanesa fuerte.

“Las Resistencias siguen intactas, al contrario de lo que dice Netanyahu. Todos los propósitos de Israel fueron derrotados. Solo logró destruir casas, hospitales y matar civiles. Pero políticamente —e incluso militarmente en el campo de batalla— ha sido derrotado...”, continúa eufórica.

El Frente Popular para la Liberación de Palestina ha insistido en que el Líbano, el pueblo, la resistencia y los hermanos de Hezbolá resultan el mejor apoyo de Palestina y su resistencia, tanto en el pasado como en el presente y el futuro.

Según el comunicado, esta firmeza demostró al mundo que la voluntad de la Resistencia es más fuerte que la maquinaria de guerra sionista, y que el pueblo libanés proporciona un modelo inspirador de lucha.

Hamas ha celebrado que el enemigo acepte un alto al fuego en Líbano sin cumplir sus objetivos. Hamas también dice que está listo para sentarse a conversar sobre Gaza.

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Mientras tanto, en Europa…

Los grandes medios de Europa hacen gala de su pretendida equidistancia y se preguntan por qué en Líbano sí y en Gaza no. Más de un siglo después, se les sigue saliendo el impuso de trazar más fronteras, de dividir más.

Sus análisis se las arreglan para que la culpa, otra vez la culpa, sea de los palestinos y para que no haya dudas de que Israel se enfrenta solo a Hamas y a Hezbolá. También se las arreglan para que la palabra “muertos” o “asesinados” o cualquier otro equivalente no aparezca en todo el texto.

¿Usted se imagina? ¿Decir en un mismo párrafo que la guerra de Israel es contra grupos militares y colocar las cifras de los muertos? ¿Decir que hay miles de muertos que probablemente nunca aparezcan porque sus huesos ya se fundieron con los escombros, además de las decenas de millares ya contabilizados? Sonaría raro. El término “sionismo” tampoco asomará siquiera cuatro de sus letras y sí, por ejemplo, uno tan anacrónico como “antiisraelí”.

Puede usted leer los sobrios análisis de la BBC y de France 24, cuyos corresponsales, por cierto, están en el terreno. El problema quizás sea ese: la sobriedad. Algo apesta cuando determinadas cosas no te sobrecogen ni estremecen. El asunto también radica en que la sobriedad resulta selectiva, y en que la sobriedad también es ideología y asunción política. La sobriedad es un gesto concreto y con efectos medibles, no solo una “virtud” periodística.

Como parte de las “virtudes”, está la santificación de los “expertos” —muy sobrios también—, que por cómo van adivinando las rutas de las guerras y las matanzas, por cómo las van explicando, parecería perfectamente que se agrupan en una especie de casino de juegos, apostando entre sí, con relativa calma, a qué dirá el próximo cable de las agencias. “Casino ‘Los Expertos’”, podría leerse afuera.

A nosotros no nos sirve nada de eso, porque a nuestra clase sí le cuesta la vida y la casa, le cuesta la escuela, la alimentación, el agua, la infancia, la vejez y el sueño; la hija, el hijo, la mamá y el padre, el viejo y la abuela. A nuestra clase le cuesta, sobre todo, la tierra. Nuestra clase no tiene derecho a dormir tranquila, y quien no duerme bien no puede ser “sobrio”.

Sabemos que un alto al fuego no es el fin de ninguna guerra. Sabemos que la paz sin tierra, sin techos, sin derechos, sin dignidad, no es paz alguna. Sabemos que los intereses esenciales del sionismo israelí se enfrentan irreconciliablemente con la vida, no con Hamas y Hezbolá. No es la vida de millones de extraños a miles de kilómetros. Es la nuestra.

No es el fin de la guerra, pero el enemigo se repliega y eso hay que celebrarlo.

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