No pudo Hillary Clinton en 2016 ni Kamala Harris ocho años después. Aunque ambas aspirantes a la presidencia de Estados Unidos intentaron romper el techo de cristal que ha cubierto la Casa Blanca por más de dos siglos, este resultó una y otra vez inquebrantable.

“Yo sé que aún no hemos roto ese techo de cristal más alto y duro, pero algún día alguien lo hará y, con suerte, antes de lo que ahora imaginamos”, expresó Clinton tras conocerse su derrota en los comicios de 2016, cuando sus aspiraciones de convertirse en la primera mujer presidenta en la historia estadounidense fueron destrozadas por la victoria inesperada de Donald Trump.

En agosto pasado, durante la Convención Nacional Demócrata que confirmó a Harris como la abanderada de ese partido para las elecciones presidenciales, Clinton se refirió nuevamente a su esperanza de que se pudiera romper por fin el techo de cristal, término que en los estudios de género designa al conjunto de barreras discriminatorias que obstaculizan en acceso de las mujeres a los puestos de poder.

Sin embargo, la actual vicemandataria del país no corrió mejor suerte, y nuevamente se estrelló contra el muro rojo impuesto por Trump, quien, en un regreso político impactante, este 5 de noviembre se impuso en las urnas y tendrá otros cuatro años como mandatario (2025-2029), después de gobernar de 2017 a 2021 y de haber sido superado en 2020 por el actual gobernante estadounidense, Joe Biden.

El peso de la misoginia y el racismo

La derrota de Harris no se debió precisamente al hecho de ser mujer. En su resultado negativo incidieron tanto el gran rechazo provocado por muchas de las políticas del actual gobernante del país, el demócrata Joe Biden, impulsor de agendas impopulares en materia de política interior y exterior; como la sólida base establecida por Trump, quien, incluso después de condenas judiciales y numerosos escándalos, consiguió el respaldo de más de 70 millones de votantes.

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Una vez más, las propuestas y posturas del republicano, muchas de ellas marcadamente polémicas, resultaron atractivas para una parte importante de la población que todavía lo ve como el “outsider” alejado de la política tradicional hecha en Washington D.C.

Sin embargo, el hecho de ser mujer y, además, afronorteamericana y de ascendencia india, pudieron jugar en contra de Harris en un país donde aún la misoginia y el racismo están arraigados de forma más o menos velada en una parte importante de la sociedad.

Un artículo de la revista Newsweek en octubre pasado indicó que las búsquedas de una palabra despectiva en Google aumentaron más de 1000 % en Estados Unidos junto con un incremento de las consultas en línea sobre Harris una vez que obtuvo la nominación demócrata. Además, el uso de lenguaje sexista en las etiquetas de las redes sociales subió aún más, “lo que indica el papel que desempeñó el factor género antes de las elecciones presidenciales”, sostuvo ese medio.

Después de que el presidente Biden abandonara la carrera electoral el 21 de julio para ser reemplazado por su vicemandataria, las consultas sobre esta última se dispararon, y también lo hicieron las búsquedas de términos descritos como sexistas, remarcó la publicación.

Retórica de larga data

Un análisis del laboratorio de ideas Council on Foreign Relations (CFR) recordó que la particular combinación de retórica sexista con estereotipos racistas tiene una larga tradición en la historia estadounidense. Las insinuaciones en torno a la candidata demócrata, apuntó ese texto, poseen como objetivo deshumanizar a Harris: despojarla de su mente y credenciales profesionales y reducir su poder a algo meramente físico.

El CFR mencionó el caso de un pastor nacionalista cristiano que definió a la vicemandataria como la “personificación de la intimidación, la seducción, la dominación y la manipulación”, y se refirió asimismo a los comentarios sexistas que el propio Trump ha hecho sobre su rival.

Por ejemplo, en julio, el republicano declaró que los líderes mundiales podrían manejar de forma sencilla a Harris. “Será tan fácil para ellos. Será como un juguete”, expresó. El sábado pasado, en tanto, celebró cuando uno de los asistentes a un mitin de campaña en Carolina del Norte se refirió a Harris como prostituta. “Este lugar es increíble”, respondió Trump.

A ello se suma que él, aupado por sus seguidores, le ha lanzado dardos a Harris con comentarios racistas. “No sé, ¿es india o es negra?”, dijo en una ocasión acerca de la demócrata, de quien ha cuestionado su identidad racial.

No se puede decir que el hecho de ser una mujer afronorteamericana fue un factor determinante en el fracaso electoral de la vicepresidenta estadounidense, porque con ello se desconocerían muchos otros elementos clave y de mayor peso a la hora de inclinar la balanza a favor de Trump.

Pero no caben dudas de que, con relación al imaginario colectivo, Harris tuvo desde el principio un camino más difícil que su contrincante, un hombre blanco y rico que se ha promovido siempre a sí mismo como un ejemplo de éxito.

Después de este 5 de noviembre, habrá que esperar al menos otros cuatro años para conocer si, por fin, puede ser quebrado el techo de cristal de la Casa Blanca.

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