La mayoría de la gente parece pensar que el dicho “Una imagen vale más que mil palabras” se originó con Confucio, Ben Franklin o algún otro sabio. De hecho, se le atribuye a un publicista llamado Fred R. Barnard. Al parecer, Barnard introdujo la frase en un artículo en la revista publicitaria Printers Ink en el que se analizaban las ventajas de pegar carteles publicitarios en los laterales de los tranvías a principios del siglo XX. Sugirió que el uso de imágenes además del texto llegaría a más consumidores potenciales. Es bastante justo decir que, a pesar de su intención comercial, la frase no solo es cierta, sino que parece más antigua y más profunda que sus orígenes como gancho publicitario.

La fotografía es un arte. El periodismo es la descripción de lugares y acontecimientos. A veces simula objetividad, a veces no. El mejor fotoperiodismo es ambas cosas. La fotografía detiene el tiempo. Consagra la historia, pero no necesariamente la sepulta. El buen fotoperiodismo cuenta su historia con pocas o ninguna palabra. El buen fotoperiodismo, como el buen periodismo, no sólo cuenta su historia, sino que lo hace a través de los ojos de la persona que la cuenta. En otras palabras, estas fotografías pueden, como el buen periodismo, provocar que el espectador actúe y se una a otros para abordar los temas retratados.

Orin Langelle es un fotógrafo de este tipo. Activista y organizador de larga trayectoria, sus fotografías han aparecido en periódicos, exposiciones y en otros lugares del mundo. Varias de ellas están ahora incluidas en su nuevo libro titulado Portraits of Struggle: Photos from 1972-2023 North and South America, Europe, Africa, Australia, Asia. Estas fotografías captan a mujeres y hombres en su trabajo diario y los muestran en lucha directa con las fuerzas represivas desde Bolivia hasta California; Washington, DC y Tasmania; Brasil y Alemania. El retrato en blanco y negro del comandante zapatista Tacho aparece en la portada del texto, una indicación radical y provocadora de las fotografías que llenan las páginas del libro.

Como señalé antes, la fotografía detiene el tiempo. Con demasiada frecuencia, esta congelación del tiempo elimina al sujeto de la fotografía de su lugar en la historia. Las personas capturadas dentro del marco fotográfico (el visor de la cámara) se convierten en un objeto inanimado, sin capacidad de acción ni esperanza de cambio. El documento se convierte en una trampa. El soldado siempre está besando a la mujer en Times Square y los veteranos estadounidenses de Vietnam que se oponen a la guerra siempre están arrojando sus mal habidas medallas por encima de la valla. Casi nadie que vea la imagen pregunta si la mujer quería que ese soldado la besara. Las tropas estadounidenses rara vez son consideradas como algo más que tótems, se minimiza su importancia como guerreros que se oponen a la guerra. El punto de vista del fotógrafo se reduce con el tiempo, si es que alguna vez fue obvio.

Con sus fotografías en Portraits of Struggle, Langelle se niega a permitir que los momentos que captura existan fuera del tiempo, como si estuvieran en un limbo de la historia donde las cosas parecen suceder sin más, sin contexto, sin política y sin significado. Las fotos de protestas contra la globalización capitalista colocan al espectador dentro del marco del fotógrafo. El gas lacrimógeno y la euforia envuelven nuestros sentidos y nos recuerdan la dinámica política involucrada: explotación y superexplotación, desafíos a la arrogancia corporativa y asesinatos capturados en la lucha. La resistencia diaria a la dominación y el desprecio del capital por la humanidad escritos en los rostros de cada fotografía del libro.

Como he intentado explicar en mi análisis del libro de Orin Langelle, la fotografía fija puede ser cualquier cosa menos fija. Naturalmente, el cine es por definición una serie de imágenes en movimiento. El cine, que a menudo es ficción, también puede ser fotoperiodismo. Al igual que su antecesor, la fotografía fija, las mejores películas documentales sitúan al espectador detrás de los ojos del cineasta, viendo lo que éste ve y considerando su interpretación como algo primordial. Desafortunadamente, la industria cinematográfica moderna ofrece poco o ningún espacio para la realización cinematográfica radical y revolucionaria. El control de los estudios por parte de un capital desinteresado en el progreso y muy interesado en el beneficio ha hecho que el cine de izquierdas sea más raro que nunca. Al mismo tiempo, el despilfarro de los servicios de streaming ha hecho posible que el espectador, con determinación y tiempo, pueda ver muchas películas de este tipo realizadas en el pasado, tanto ficticias como de otro tipo.

Un libro reciente titulado Revolution in 35mm: Political Violence and Resistance in Cinema from the Arthouse to the Grindhouse, 1960–1990 ofrece una excelente introducción a este género. El período que abarca es, sin duda, el apogeo del género. Como persona que rara vez va al cine, pero que fue un ávido asistente en los años 70 y principios de los 80, puedo decir que Revolution in 35mm cumple su función como guía cinematográfica considerablemente mejor que Rotten Tomatoes. Como indica el título, las películas reseñadas incluyen muchas que podrían no considerarse explícitamente políticas, pero se consideran políticas debido al director y los guionistas involucrados o porque las películas se consideran metafóricamente. Los editores Andrew Nette y Samm Deighan han curado una colección de críticas de catorce críticos de cine y cultura más o menos de izquierdas, organizando atractivamente las críticas temáticamente y un poco cronológicamente. Las fotos de las películas que se analizan están colocadas estratégicamente dentro y alrededor del texto; Las fotografías a toda página de carteles publicitarios de películas atraen al lector hacia el texto, incitándolo idealmente a escribir los títulos de las películas en cuestión. Al menos así es como leí este libro.

Se presentan y analizan películas italianas que retratan los años de tensión en términos de gánsteres y policías, así como varias películas sobre la Fracción del Ejército Rojo de la Bundesruplik Deutschland. Se analiza en profundidad la obra maestra Z del director Costas-Gavra , que incluye respuestas al éxito de la película y su ficcionalización de ciertos detalles específicos. Se analiza The Strawberry Statement , una versión ficcionalizada del levantamiento de Columbia de 1968, y también Zabriskie Point , una consideración fantástica de la caída de los Estados Unidos dirigida por otro director extranjero, Michelangelo Antonioni. Películas de varias naciones del continente africano y el cine japonés se suman a esta colección de películas de todo el mundo.

Un amigo mío, Robert Niemi, enseñó cine, ficción estadounidense y estudios estadounidenses en el St. Michael's College de Vermont durante años antes de fallecer en 2022. Pasar tiempo con él siempre fue una experiencia de aprendizaje en términos de cine. En nuestras conversaciones descubrí películas de las que nunca había oído hablar y de las que apenas había oído hablar. Sus ideas sobre películas que ya había visto en algún momento del pasado ampliaron mi comprensión de las películas individuales de las que hablamos y del cine en general. Nuestro director estadounidense favorito fue Robert Altman. De hecho, Niemi escribió lo que considero la obra crítica definitiva sobre las películas de Altman, The Cinema of Robert Altman: Hollywood Maverick . Antes de morir, había participado en un proyecto cinematográfico con el documentalista Denis Mueller que iba a ser una consideración del novelista estadounidense Russell Banks. (La película espera más financiación, creo). A Robert le habría encantado Revolutions in 35mm , como cinéfilo y crítico. Me gusta pensar que habría encontrado tantas películas del libro como pudiera y luego las habría visto todas. Uno podría encontrar muchas formas menos interesantes de pasar el tiempo.